“Cuando no somos capaces ya de cambiar una situación, nos enfrentamos al reto de cambiar nosotros mismos”. Viktor Frankl.
Después de recibir el diagnóstico de diabetes, el ritmo de vida antes conocido se torna incierto y, hasta cierto punto, catastrófico: miedos, dudas, temores, enojo, shock, negación…son solo algunos de los sentimientos que surgen frente a este nuevo escenario. ¿Por qué a mí?, ¿por qué a él o ella?, ¿por qué en este preciso momento?
Contaba con casi 11 años de edad cuando me diagnosticaron. Mis análisis arrojaron una glucosa de 580mg/dl. No había duda. Percibí a mis padres muy preocupados, por lo que les pregunté qué era lo que tenía. “Tienes diabetes”, me respondieron; y me explicaron que no podría comer cosas con azúcar. En ese momento, y con la ingenuidad de una niña, recuerdo que pensé: “Muy bien, sólo es dejar de comer gansitos, pingüinitos…no es difícil…”. Al inicio me entusiasmé, pues todo era nuevo para mí y la “luna de miel” nos protegió a mí y mis padres de los malabares que realmente representa el control de la diabetes.
Y es verdad que la vida no es la misma, pero no es el fin de ella sino que la diabetes nos confronta a la crisis. El concepto de “crisis” en el ideograma chino esta entendido que significa lo mismo como, “peligro que oportunidad” (Slaikeu, 1996). Por lo tanto se abre la posibilidad de crecer y fortalecerse, de dar nuevos sentidos a nuestra vida y de descubrir o movilizar recursos internos y externos, tanto a nivel personal como familiar.
Los golpes fuertes ocurrieron en mi adolescencia, donde mucho enojo y tristeza surgieron alrededor de las preguntas: “¿Por qué yo?”; “¿Por qué yo no puedo?”. Asimismo fue lidiar con la culpa, de sentir y pensar que yo era una “carga” y la causante de todo el conflicto y malestar familiar, pues las situaciones que en ese momento pasábamos, junto con mi rabia y descontrol, terminaron en ser internada por casi un coma diabético, en dos ocasiones. Fueron momentos muy tristes. Sola en terapia intensiva, dependiente de los enfermeros y sin mucha conciencia de lo que ocurría a mi alrededor; abrir los ojos para de repente encontrarme con la sonrisa preocupada de algún familiar. Me sentía atrapada, odiando toda la situación y al mismo tiempo tratando de ignorarla…Toqué fondo hasta que un día el internista, al revisar unos análisis, me comentó de que mis riñones pronto estarían en peligro si no tomaba control. ¿Diálisis? ¡Ni hablar! También estaba cansada de sentirme como una esclava; de tener que fingir y por ello terminar en interminables persecuciones y discusiones; estaba cansada del malestar diario, de la indiferencia, de mi abandono.
Fue hacer un duelo: pasar de la negación y canalizar esa ira, culpa y tristeza para salir adelante. Aferrarme a la idea de conseguir mi salud de vuelta, lo mejor posible. De reconectarme conmigo misma, con mi familia y mis amigos y saber que son mi mejor red de apoyo. De aceptar el comienzo y la creación de una nueva vida.
Lo que más me costó fue romper con la resistencia a la insulina y no abdicar en la lucha. Hacer todo al pie de la letra y obtener cifras que no tenían nada que ver fue lo más frustrante y, a la vez, lo más me dio fuerza y determinación. Comencé a movilizarme y pude hacer equipo con mi nuevo endocrinólogo. Poco a poco el panorama fue respondiendo a mis acciones y poco a poco pase a ser la protagonista de lo que necesitaba para estar bien y tener el control. Más tarde tuve la oportunidad de tener la microinfusora de insulina sin embargo, a pesar de tanta maravilla tecnológica, al principio no me llevé bien con ella: que si el catéter era el adecuado para mi cuerpo; que si el catéter ya se dobló, que si me lo jalé, que si en el lugar en el que me lo puse no se absorbe bien la insulina porque ya está lastimado… ¡en fin! Y al inicio mis niveles subían y bajaban. Meses después, ya tenía “maña” y sabía escuchar a mi cuerpo así como también no engancharme con mis emociones ante una glucosa que no reflejaba mi autocuidado. Comprendí que no iba ser ni la primera ni la última vez que me sucediera, así que mejor hacía lo que quedaba en mis manos para corregirme y estar bien. Eso fue algo que me costó bastante (y hasta la fecha puedo decir que todavía lo es un poco).
Creo que lo más importante y lo que más me empoderó fue darme cuenta de que soy capaz de cuidar de mí y de que los demás confían en mí para ello. En el 2011 realicé un intercambio estudiantil a Buenos Aires, Argentina, el cual me confrontó conmigo misma de tantas formas: desde investigar si vendían los insumos de la microinfusora, mis tiras reactivas, la insulina que usaba, cómo se llamaba, cuánto costaba, dónde comprarla, la comida, etc. Estaba allá y fue demostrarme que puedo decidir de hacer o deshacerme de obstáculos, que estaba viviendo grandes experiencias con mi Diabetes y que a pesar de las adversidades (hubo un brote de varicela y me tocó por ello estar internada medio día), salí adelante. Ahora cuando tengo dificultades, basta con que recuerde esos momentos difíciles que superé y mi confianza se eleva.
Una prueba atemorizante fue cuando hace poco más de un año mi microinfusora se descompuso. Por un momento sentí que me descontrolaría como en mi adolescencia sin embargo, mi gran sorpresa fue que no ocurrió nada de ello y que mi hemoglobina glucosilada está igual o mejor que cuando estaba con la microinfusora.
Hoy en día me siento orgullosa y agradecida de vivir desde hace 15 años con Diabetes. Me ha forjado y para ello es necesario dejarla de ver como un padecimiento y verla como una maestra, como una oportunidad…abrirle la puerta. Le dio y le sigue dando un sentido distinto a mi vida. Ha sido un reto y cada día lo es, pero estoy dispuesta a tomarlo y transformarme, al igual que quiero apoyar a otros y otras con diabetes en su camino hacia su protagonismo y en su proceso de resignificar lo que es vivir con diabetes.
*Referencias. Slaikeu, K. A.(1996). Intervención en crisis: manual para práctica e investigación. México: Manual Moderno.